Domingo. Repito la excursión de la semana pasada, pero esta vez me cruzo el barrio para coger el carril-bici que sale por el otro lado. Tiene bastante pendiente, hace curva y va por la calzada. Me da un poco de respeto, la verdad. Me tiro y resulta que no es para tanto, en seguida estoy abajo.
Hoy voy a llegar hasta... la biblioteca municipal. Allí daré la vuelta y para casa.
¡Uf!, las aceras son demasiado estrechas y voy en dirección contraria, no puedo salirme a la calzada. Mejor me vuelvo ya.
Paro diez minutos en el parque y ¡hala! ahora cuesta arriba.
Al llegar al barrio y ver la subida que me espera me entra la pájara. Si empiezan a rebasarme coches o pasa el bus me pondré nerviosa y no sé si me quedaré a mitad de camino. Pero tengo que subirla, venga.
¡Arggg!, casi me muero, pero ya estoy arriba y ahora en llano me recupero un poco y consigo llegar a casa, molida pero feliz.
Más tarde...
Estaba yo pensando que no me hago dos kilómetros, porque voy y vuelvo. Son cuatro y pico. Casi nada...
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